«Yo he sufrido amenazas de muerte por ser mujer, escritora, negra, y con éxito. Es una manera de decirme: ‘Tú no perteneces a esta comunidad, vete`, cuando podrían competir por los lectores de forma sana. ¡Que se jodan!» ( Nora K. Jemisin )
Mes: noviembre 2017
Roberto Bolaño, su figura se agiganta en el tiempo
El escritor chileno (Santiago, 1953) falleció en Barcelona (2013) a los cincuenta años de edad. A partir de ese momento su figura de escritor y su obra no han parado de incrementarse en valoración, ironía del destino cuando el autor tuvo que emplearse en infinidad de trabajos de toda clase para poder mantener su existencia medianamente a flote.
Su imagen, entre ausente y un poco distraída, podría haber llegado a confundir al más desprevenido, pero nada más alejado de la realidad, ya que desde edad temprana supo tomar consciencia de todo lo que sucedía a su alrededor. La biografía del trasandino detalla que en el año 1968, a sus quince años, tuvo que emigrar de Chile para buscar mejores horizontes en Méjico, momento en que el estado azteca vivía horas difíciles por las multitudinarias concentraciones estudiantiles en la plaza capitalina de Tlatelolco. Fueron manifestaciones que sacudieron los estamentos del país y que el ejército terminó disolviendo a sangre y fuego, con un número indeterminado (una cifra aún hoy incierta) de estudiantes muertos y heridos. Hechos luctuosos que conmocionaron al mundo y a un Bolaño aún adolescente.
Desde Méjico también siguió las alternativas en su tierra natal del dispar período de gobierno de Salvador Allende, quizás motivado por ello realizó la que fue una fugaz visita en el año 1973. Tan breve fue que, a dos semanas de su llegada, Chile vivió una de las páginas más sangrientas de su historia con el golpe militar encabezado por el general Pinochet del que el autor, no sin ayuda, pudo escapar por milagro.
De vuelta en el país norteamericano pudo dar un gran incentivo a sus escritos, pero sólo por unos pocos años, ya que emigró una vez más en 1977, esta vez hacia la península ibérica, con Cataluña que, por azar del destino, sería su último lugar terrenal de residencia. Ello le marcó la vuelta a los quehaceres de subsistencia, aunque esta vez y de forma paralela, pudo seguir ampliando sus horizontes literarios en poesía: Reinventar el amor; en el cuento: con las antologías Putas asesinas o Llamadas telefónicas; y la novela: La senda de los elefantes, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, La pista de hielo o su celebrada y premiada Los detectives salvajes.
Por todo ello y para apreciar una pequeña parte de su capacidad de autor, de su antología Llamadas telefónicas el relato Sensini, en el que hace un repaso de sus influencias más allá de rendir homenaje a muchos de sus autores admirados:
“…No sé qué fue lo que me impulsó a pedirle al Ayuntamiento de Alcoy la dirección de Sensini. Yo había leído una novela suya y algunos de sus cuentos en revistas latinoamericanas. La novela era de las que hacen lectores. Se llamaba ´Ugarte` y trataba sobre algunos momentos de la vida de Juan de Ugarte, burócrata en el Virreinato del Río de la Plata a finales del siglo XVIII. Algunos críticos, sobre todo españoles, la habían despachado diciendo que se trataba una especie de Kafka colonial, pero poro a poco la novela fue haciendo sus propios lectores y para cuando me encontré a Sensini en el libro de cuentos de Alcoy, ‘Ugarte` tenía repartidos en varios rincones de América y España unos pocos y fervorosos lectores, casi todos amigos o enemigos entre sí. Sensini, por descontado, tenía unos libros, publicados en Argentina o en editoriales españolas desaparecidas, y pertenecía a esa generación intermedia de escritores nacidos en los años veinte, después de Cortázar, Bioy, Sabato, Mujica Lainez, y cuyo exponente más conocido (al menos por entonces, al menos para mí) era Haroldo Conti, desaparecido en uno de los campos especiales de la dictadura de Videla y sus secuaces. De esta generación (aunque tal vez la palabra generación sea excesiva) quedaba poco, pero no por falta de brillantez o talento; seguidores de Roberto Arlt, periodistas y profesores y traductores, de alguna manera anunciaron lo que vendría a continuación, y lo anunciaron a su manera triste y escéptica que al final se los fue tragando a todos.
A mí me gustaban. En una época lejana de mi vida había leído las obras de teatro de Abelardo Castillo, los cuentos de Rodolfo Walsh (como Conti asesinado por la dictadura), los cuentos de Daniel Moyano, lecturas parciales y fragmentadas que ofrecían las revistas argentinas o mexicanas o cubanas, libros encontrados en las librerías de viejo del DF, antologías piratas de la literatura bonaerense, probablemente la mejor en lengua española de este siglo, literatura de la que ellos formaban parte y que no era ciertamente la de Borges o Cortázar y a la que no tardarían en dejar atrás Manuel Puig y Osvaldo Soriano, pero que ofrecía al lector textos compactos, inteligentes, que propiciaban la complicidad y la alegría. Mi favorito, de más está decirlo, era Sensini, y el hecho de alguna manera sangrante y de alguna manera halagador de encontrármelo en un concurso literario de provincias me impulsó a intentar establecer contacto con él, saludarlo, decirle cuánto lo quería.
Así pues, el Ayuntamiento de Alcoy no tardó en enviarme su dirección, vivía en Madrid, y una noche, después de cenar o comer o merendar, le escribí una larga carta en donde hablaba de ‘Ugarte`, de los otros cuentos suyos que había leído en revistas, de mí, de mi casa en las afueras de Girona, del concurso literario (me reía del ganador), de la situación política chilena y argentina (todavía estabn bien establecidas ambas dictaduras), de los cuentos de Walsh (que era el otro a quien más quería junto con Sensini, de la vida en España y de la vida en general. Contra lo que esperaba, recibí una carta suya apenas una semana después. Comenzaba dándome las gracias por la mía, decía que en efecto el Ayuntamiento de Alcoy también le había enviado a él el libro con los cuentos galardonados pero que, al contrario que yo, él no había encontrado tiempo (aunque después, cuando volvía de forma sesgada sobre el mismo tema, decía que no había encontrado ‘ánimo suficiente`) para repasar el relato ganador y los accésits, aunque en estos días se había leído el mío y lo había encontrado de calidad, <un cuento de primer orden>, decía, conservo la carta, y al mismo tiempo me instaba a perseverar, pero no, como al principio entendí, a perseverar en la escritura sino a perseverar en los concursos, algo que él, me aseguraba, también haría. Acto seguido pasaba a preguntarme por los certámenes literarios que se <avizoraban en el horizonte>, encomiándome que apenas supiera de uno se lo hiciera saber en el acto. En contrapartida me adjuntaba las señas de dos concursos de relatos, uno en Plasencia y el otro en Écija, de veinticinco mil y treinta mil pesetas respectivamente, cuyas bases según pude comprobar más tarde extraía de periódicos y revistas madrileñas cuya sola existencia era un crimen o un milagro, depende. Ambos concursos aún estaban a mi alcance y Sensini terminaba su carta de manera más bien entusiasta, como si ambos estuviéramos en la línea de salida de una carrera interminable, amén de dura y sin sentido. <Valor y a trabajar>, decía…”