Si analizamos las variables de la oferta segmentada por edades, se desprende que son las nuevas generaciones de lectores las que por lógica más se vuelcan hacia los nuevos formatos, mientras que el libro impreso encuentra su sector de apoyo entre los lectores de mediana o mayor edad, más renuentes a aceptar las nuevas tecnologías.
De puertas adentro las empresas que han apostado por la inversión en los nuevos formatos admiten que el resultado no corresponde a sus expectativas, y que producto de la crisis o no, la introducción del libro bajo los nuevos soportes electrónicos avanza más lento de lo inicialmente pensado.
Es de suponer que dado los tiempos que corren, se hace evidente que en esta lucha hacia el futuro tiene particular incidencia el precio final con que el libro electrónico llega al mercado. Ya se sabe, la renta no es igualitaria en Alemania que en Indonesia.
Aunque más allá de los nuevos adelantos y de los que se aproximan, da la impresión que aún queda trecho para el libro en formato papel. No sólo por la dificultad de unos para aceptar nuevas técnicas de lectura, sino porque al menos hasta el presente, las nuevas tecnologías no devuelven sensaciones táctiles u olfativas, ni tampoco la posibilidad de transitar hojeando la historia, liturgias muy enraizadas para los habituales lectores en el momento que acarician un libro impreso.
Así el futuro próximo nos despejará el interrogante: si los viejos formatos iniciados allá lejos por Gutemberg o la adhesión a los de nuevo cuño. Pero sea con el soporte nuevo o el tradicional, lo verdaderamente importante es acercar la lectura a la mayor cantidad de lectores posibles. La cultura por ello, agradecida.