Anhelo y realidad

De manera frecuente hemos oído de boca de los autores noveles quejarse por las pocas oportunidades que tienen de ser representados por algún agente literario y, más aún, que sus escritos pasen las severas cribas que imponen las editoriales. Y en verdad, les asiste la razón.

Pero esto no es algo nuevo dentro del ámbito editorial, ya que es bien sabido que tanto agentes como editores arriesgan sus esfuerzos y sus inversiones por aquellos escritos que opinan que tienen un nivel literario adecuado y que pueden además llegar a tener su cuota de éxito dentro del mercado.

Ahora bien, estas decisiones que tanto afectan el ánimo de los autores son tomadas por profesionales, pero no exentas de cierta subjetividad y por consiguiente sujetas al acierto o al error. La historia habla mucho de ello, sino ¿cuántos trabajos rechazados por una agencia o una editorial terminan llegando a buen puerto de la mano de otras tantas que sí creyeron en las posibilidades de un manuscrito?  Tan sólo recordar que uno de los últimos grandes éxitos, la novela La catedral del mar del hasta entonces desconocido Ildefonso Falcones, sólo llegó a ser publicada, según ha declarado, luego de que media docena de editoriales la hubieran rechazado previamente.

Estamos de acuerdo que los tiempos no son fáciles para el autor novel, y menos en una situación de crisis generalizada que requiere de un redoblado esfuerzo para encontrar las mejores vetas para explotar en un mercado sensible y cambiante. Pero a pesar de ello, no hay que perder la esperanza de que haya oportunidad para llegar a los lectores. Libros como Fin, de David Monteagudo o Tribulaciones de una cajera, de Anna Sam, por sólo nombrar dos ejemplos recientes de autores ajenos al mundo literario, y a priori con pocas posibilidades de ingresar en los estantes de las librerías, lo han logrado.

No es nuestra intención asumir la defensa de aquellos que mueven el mercado editorial, menos aún pasar por alto la obviedad de que son entidades con fines de lucro que viven de la cultura. Pero no olvidemos que tanto agentes como editoriales están ávidos de encontrar nuevos escritores revelación a quienes representar o editar, por la simple razón de que el descubrimiento les puede reportar prestigio y beneficio.

Por tanto, no es hora para el desánimo y sí para echar mano de la perseverancia. Para hacer legítimo el anhelo de que el texto del autor novel llegue a ser una realidad palpable.

¿Papel o digital?

 

 Mucho se ha hablado en los últimos tiempos del avance de la lectura bajo el soporte electrónico, y por relación directa, del peligro que se cierne sobre el libro en formato  tradicional.Desde los primeros programas para lectores (Sony Reader, Kindle de Amazon, etc.) se ha ido avanzando hasta la introducción de programas para teléfonos móviles e Iphones, y es de presumir que la oferta no terminará en ello, más cuando el buscador Google ha anunciado su intención de volcarse como editor “online”. Mientras que ahora para hacer aún más atractiva la oferta se nos comunica que muy pronto se incluirán también videos con  referencias a algunos tramos específicos de la historia.

Si analizamos las variables de la oferta segmentada por edades, se desprende que son  las nuevas generaciones de lectores las que por lógica más se vuelcan hacia los nuevos formatos, mientras que el libro impreso encuentra su sector de apoyo entre los lectores de mediana o mayor edad, más renuentes a aceptar las nuevas tecnologías.

De puertas adentro las empresas que han apostado por la inversión en los nuevos formatos admiten que el resultado no corresponde a sus expectativas, y que producto de la crisis o no, la introducción del libro bajo los nuevos soportes electrónicos avanza más lento de lo inicialmente pensado.

Es de suponer que dado los tiempos que corren, se hace evidente que en esta lucha hacia el futuro tiene particular incidencia el precio final con que el libro electrónico llega al mercado. Ya se sabe, la renta no es igualitaria en Alemania que en Indonesia.

 Aunque más allá de los nuevos adelantos y de los que se aproximan, da la impresión que aún queda trecho para el libro en formato papel. No sólo por la dificultad de unos para aceptar nuevas técnicas de lectura, sino porque al menos hasta el presente, las nuevas tecnologías no devuelven sensaciones táctiles u olfativas, ni tampoco la posibilidad de transitar hojeando la historia, liturgias muy enraizadas para los habituales lectores en el momento que acarician un libro impreso.

Así el futuro próximo nos despejará el interrogante: si los viejos formatos iniciados allá lejos por Gutemberg o la adhesión a los de nuevo cuño. Pero sea con el soporte nuevo o el tradicional, lo verdaderamente importante es acercar la lectura a la mayor cantidad de lectores posibles. La cultura por ello, agradecida.