La frase

«¿Se recuerdan cuando en los años noventa nos decían que gracias a los ordenadores todos     trabajaríamos menos horas y tendríamos más tiempo libre para el esparcimiento?»                                                                                                                                                         ( Ángel Ferrero )

 

Joan Didion, los vacíos y el vivir como pasatiempo

Desde la contratapa misma de la edición impresa del libro nos bien predisponen a su lectura cuando nos advierten que, según la revista Time, nos encontramos delante de una de las cien mejores novelas de habla inglesa publicadas en el siglo pasado. En aras de ello y para reivindicar el texto es que, luego de años de su primera edición,  Según venga el juego de la estadounidense Joan Didion (Sacramento, 1934) se ha vuelto a imprimir.

Verdad es que la escritora tiene una extensa carrera desarrollada entre el periodismo, el ensayo, la novela (Book of Common Prayer, Democracy, Run River) y también con la escritura de guiones cinematográficos, por los que recibió varios galardones: National Book Award, National Book Critics Circle Award, y fue finalista del premio Pulitzer, además de dos reconocimientos Honoris Causa en letras de las universidades de Harvard y Yale.

Quizás fue su experiencia como guionista la que le llevó a conocer de cerca las características personales de todos aquellos que se mueven en el medio que rodea a la gran pantalla, que le brindó elementos suficientes para construir su gran texto. Para estructurarlo alrededor de la crisis que resquebraja un matrimonio entre un director y una actriz, todo ello en medio del hastío y la falsa pompa que rodeaba al Hollywood de los años sesenta.

Luego tuvo el acierto de edificar la novela en capítulos breves pero de una carga e intensidad supremas, con un estilo fraccionado e inconexo en apariencia, pero donde todo cumple su función y tiene su porqué. La economía de palabras es otro de sus puntos fuertes, cuando los personajes se expresan de manera breve, por momentos casi con monosílabos, pero su maestría se demuestra cuando sostiene el relato con una gran tensión narrativa.

De Según venga el juego  el pasaje siguiente:

El décimo día de octubre a las cuatro y cuarto de la tarde con un viento seco y caliente soplando a través de los desfiladeros María se encontró con Baker. Nuca había tenido intención de llegar tan lejos, había empezado el día como otro cualquiera, con la autopista como único destino. Pero había salido de la San Bernardino y enfilado por la Barstow y en lugar de volverse en Barstow (había llegado hasta allí otras veces pero nunca tan tarde, era demasiado tarde para dar media vuelta, estaba demasiado lejos demasiado tarde, había perdido el ritmo) había seguido conduciendo. Cuando se desvió en Baker hacía cuarenta y seis grados y la radio sintonizaba Las Vegas y María se encontraba a menos de cien kilómetros donde Carter estaba rodando la película. En ese instante Carter podría estar en el motel. Tal vez hubieran terminado de filmar por ese día y estuviera tomando una copa con BZ y Helene, planteándose ir a cenar a Las Vegas o simplemente descansar, descansar sin camisa sobre la cama deshecha. La mujer que regenteaba el motel solo hacía las camas una vez a la semana. Carter había bromeado al respecto en una entrevista, María lo había leído en la prensa especializada. Podía telefonear. ‘Oye -podía decir María. Estoy en Baker. Resulta que estoy en Baker`.

‘Resulta que estás en Baker –podía decir él-. Pues vente para acá`

O incluso podía decir: ‘Oye. Vente corriendo para acá’

Eran las cosas que Carter podía decir pero como María no sabía si las diría o si tan siquiera quería escucharlas se quedó sentada en el coche detrás de la gasolinera 76 de Baker y observó la cabina que había junto a la máquina de Coca-Cola. Dijera lo que dijera Carter de entrada terminaría no diciendo nada. Carter diría algo y ella diría algo y antes de darse cuenta estaría recitando un diálogo tan familiar que consumía la imaginación, bloqueaba la voluntad, les permitía omitir palabras y frases enteras y no obstante llegar a la fría conclusión.

 -Por Dios –diría él-. Hoy me he sentido bien, estupendamente, para variar, y ahora has venido tú a arreglarlo, a pinchar el globo.

-Cómo lo he arreglado.

-Ya sabes cómo.

-No lo sé.

María esperaría la respuesta pero entonces él no diría nada, se limitaría a permanecer sentado con la cabeza en las manos. Ella primero se sentiría culpable, resignada a la infelicidad, luego furiosa, atrapada, pálida de rabia.

-Escúchame bien –diría entonces María, casi a gritos, intentando agarrarlo por los hombros y zarandearlo para que dejara lo que no podía ver más que como una pose afectada; él la apartaría de un empujón y la expresión de su cara, contrahecha, enseñando los dientes, la paralizaría.

-Por qué no lo superas –diría entonces Carter, inclinándose más cerca, con el rostro todavía desencajado-. Por qué no vas al baño y te tomas todas las pastillas que encuentres. Por qué no te mueres.

Después se iría durante un rato, rompiendo las cosas a su paso, abriendo las puertas a patadas, agarrando licoreras para arrojarlas a los espejos, desviándose para destrozar sillas contra el suelo. Cuando volviera siempre se acostaría en la habitación de los dos, cerrando la puerta para dejar a María fuera. Rígida de autocompasión, ella dormiría en otro cuarto, deseando tomar la decisión de marcharse. Cada uno pensaba que el otro era un asesino del tiempo, un destructor de vida. María no sabía que estaba haciendo en Baker. Como quiera que empezara acabaría así.

-Escucha –diría ella.

-No me toques –diría él.

María miró la cabina durante un buen rato y luego se bajó del coche y se bebió una Coca-Cola caliente. Con el final de la cola se tragó dos pastillas de Fiorinal, luego cerró los ojos contra el sol y esperó a que el Fiorinal le quitara a Carter y lo que este habría dicho de la cabeza. En el trayecto de vuelta a la ciudad el tráfico era denso y el viento caliente colaba arena por las ventanillas y la radio la puso nerviosa y después de aquello María ya solo volvió a la autopista como medio para llegar a alguna parte…”