«La palabra une la huella visible con la cosa invisible, con la ausente, con la cosa deseada o temida, como un frágil puente improvisado tendido sobre el vacío» (Italo Calvino)
Mes: noviembre 2011
Grandes de las letras: Juan Rulfo
Dicen que pocos como él retrataron al México rural. De pueblos sumergidos en el sopor del mediodía, de tierras yermas y ganado duro, de patrones omnipotentes y labriegos silenciosos. De un país con profundas desigualdades, donde germinaba la necesidad de cambio que luego se plasmaría en sangrientas revoluciones.
Dueño de una obra reducida, donde destacan sus cuentos y relatos cortos de El llano en llamas, Juan Rulfo (1917-1986) supo captar la esencia del hombre agreste del secano en los albores del siglo veinte, con sus quehaceres cotidianos, sus necesidades y sus legítimos anhelos.
Tantoes así que fruto de la trascendencia y como reconocimiento a su obra, en 1983 le fue otorgado premio Príncipe de Asturias de las Letras.
El texto que sigue es un extracto de su única novela publicada, Pedro Páramo, cuya aparición en 1955 representó la definitiva consagración del autor:
Al amanecer, gruesas gotas de lluvia cayeron sobre la tierra. Sonaban huecas al estamparse en el polvo blando y suelto de los surcos. El pájaro burlón cruzó a ras del suelo y gimió imitando el quejido de un niño; más allá se le oyó dar un gemido como de cansancio, y todavía más lejos, por donde comenzaba a abrirse el horizonte, soltó un hipo y luego una risotada, para volver a gemir después.
Fulgor Sedano sintió el olor de la tierra y se asomó a ver cómo la lluvia desfloraba los surcos. Sus ojos pequeños se alegraron. Dio hasta tres bocanadas de aquel sabor y sonrió hasta enseñar los dientes.
“¡Vaya! –dijo-. Otro buen año se nos echa encima.” Y añadió: “Ven agüita, ven. ¡Déjate caer hasta que te canses! Después córrete para allá, acuérdate que hemos abierto a la labor toda la tierra, nomás para que te des gusto.” Y soltó la risa.
El pájaro burlón que regresaba de recorrer los campos pasó casi frente a él y gimió con un gemido desgarrado.
El agua apretó su lluvia hasta que allá, por donde comenzaba a amanecer, se cerró el cielo y pareció que la oscuridad, que ya se iba, regresaba.
La puerta grande de la Media Luna rechinó al abrirse, remojada por la brisa. Fueron saliendo primero dos, luego otros dos y así hasta doscientos hombres a caballo que se desparramaron por los campos lluviosos…