En el transcurso de los tiempos siempre han existido escritores que han sido verdaderos referentes para una generación. Por mencionar sólo algunos, Dickens, Kafka o García Lorca, en el caso europeo; como así lo fueron Darío, Neruda o Cortázar en Latinoamérica. Ellos fueron los que con sus escritos en prosa, poesía e incluso ensayo, supieron canalizar sus sentimientos respecto al momento que les tocaba vivir en el transcurso de la historia de sus respectivos países o continentes.
Otros incluso, acompañaron verdaderos movimientos de masas y que con sus posturas y actitudes, buscaron romper con el orden establecido en las sociedades a las que pertenecían. Así como lo fue Whitman para muchos lectores; Kerouac, para la denominada generación beat o el recientemente desaparecido Salinger, quien reflejaba a la convulsa adolescencia mientras que, sin buscarlo, alimentaba a quienes adherían a los postulados hippies en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado.
De hecho, Jerome David Salinger no fue un escritor reconocido por una obra extensa ya que sólo se le reconocen cinco títulos, o porque le hayan otorgado galardones que la elevaran a la categoría de imprescindible; pero fue un autor que logró penetrar de tal manera en su tiempo, que hicieron que su nombre fuera reconocido como un verdadero mito para los jóvenes de su tiempo, y de muchos otros que lo leyeron transcurridos los años. A punto que muchos de sus colegas así como de otros espacios de las artes, admitieron haber sido influenciados por sus escritos. Quizás por ello, al verse abrumado por tanto reconocimiento, decidió vivir los últimos treinta años recluidos en una granja, sin otorgar entrevistas y alejado por completo de la vida pública.
De su novela capital El guardián entre el centeno (The catcher in the rye, 1951), donde relata el diario acontecer del joven y atribulado Holden Caulfield, el pasaje a continuación:
_ …Mi vida sexual es un asco.
_ Naturalmente, por el amor de Dios. La última vez ya te dije lo que te hacía falta.
_¿Te refieres al psicoanalista y todo eso? -le dije.
Era lo que me había dicho que tenía que hacer. Su padre era psicoanalista y todo eso.
_Tú eres quien tiene que decidir, por el amor de Dios. Lo que hagas con tu vida no es asunto mío.
Durante un rato no dije nada. Estaba pensando.
_Supongamos que fuera a ver a tu padre y que hiciera que me psicoanalizara y todo eso -le dije-. ¿Qué me haría? Quiero decir, ¿qué me haría?
_No te haría absolutamente nada. Sólo hablaría contigo y tú hablarías con él, por el amor de Dios. Para empezar, te ayudaría a reconocer tus mecanismo mentales.
-¿Qué?
_Tus mecanismo mentales. Tu mente funciona a base de… Oye, no pienso darte aquí un curso elemental de psicoanálisis. Si te interesa llámale y pide hora. Si no, no le llames. Francamente, no puede importarme menos.
Le puse la mano en el hombro. Jo, cómo me divertía.
_Eres un hijoputa de lo más simpático -le dije-. ¿Lo sabías?
Estaba mirando su reloj.
_Tengo que largarme -dijo, y se levantó-. Me alegro de haberte visto.
Llamó al barman y le dijo que le cobrara.
_Oye -le dije antes que se fuera-. Tu padre ¿te ha psicoanalizado a ti alguna vez?
_¿A mí? ¿Por qué lo preguntas?
_Por nada. ¿Pero lo ha hecho? ¿Lo ha hecho?
_No exactamente. Me ha ayudado a adaptarme hasta cierto punto, pero no ha sido necesario un análisis en profundidad. ¿Por qué lo preguntas?
_Por nada. Sólo por curiosidad.
_Bueno. Tú tranquilo -dijo. Estaba dejando la propina y ya se iba.
_Sólo una copa más -le dije-. Por favor. Me siento de lo más solo, en serio.
Pero dijo que no podía quedarse. Dijo que se le había hecho tarde y luego se fue.
Qué tío Luce. Era igualito que una patada en el culo, pero tenía un vocabulario estupendo…