La frase

 

«Sabiendo con pruebas y hechos constatados que el gobierno nos ha robado a manos llenas y    nos han usurpado vilmente derechos y libertades, intentar eludir impuestos demuestra     inteligencia e incluso dignidad. Tan disculpable como tragarte un anillo cuando ves venir al   ladrón» Rosa Tamés )

 

Arnaldur Indridason, entre géisers y ventiscas

En verdad, pronunciar el nombre de la ciudad tiene su dificultad: Reikiavik; capital de un país como Islandia que, hasta hace no mucho tiempo, pocos podían situar sobre un mapa. De esas tierras gélidas proviene Arnaldur Indridason (1961), considerado uno de los maestros de la novela policial nórdica.

Bien es cierto que bajo el adjetivo nórdico, varios son los escritores que desde hace décadas vienen incursionando con éxito en la novela negra. Por nombrar algunos: Stieg Larsson, Camila Läckberg, Henning Mankell, Jo Nesbo o Asa Larsson, quienes llenan estantes en librerías y gracias a buenas historias vienen ganando la fidelidad de muchísimos lectores.

Indridason, autor de títulos como En el abismo, Las marismas, Invierno ártico, El hombre del lago o Pasaje de las sombras, tiene en el oficial de policía Erlendur Sveinsson su alter ego literario. El inspector Sveinsson es un personaje  contradictorio, solitario y con una desprolija vida privada; hábil y eficiente en su puesto pero incapaz de abordar las zonas más oscuras que atormentan su personalidad.

En La mujer de verde el islandés hace suyos los condimentos de rigor que componen la novela policial: un oscuro caso por resolver, una muerte dudosa, una ardua investigación; todo ello aderezado con los avatares propios y cotidianos de los propios investigadores que entorpecen la resolución del caso en cuestión. Condimentos todos que en esta oportunidad el autor hace coincidir con la historia reciente de su localidad de nacimiento, y también de Islandia como joven país.

De la novela La mujer de verde el pasaje siguiente:

“…Baddi estaba de portero en un local de striptease llamado Conde Rosso, situado en el centro de Reikiavik. No estaba en la puerta cuando llegó Erlendur, en su lugar había una montaña de músculos, de constitución corporal extraordinaria, que le indicó dónde encontrarlo.

       -Está vigilando el show- dijo el portero.

Erlendur puso cara de no entender. Se quedó mirando al hombre.

       -El show privado -dijo el portero-. El baile privado- y puso cara de desesperación.

Erlendur entró en el local, que estaba iluminado con bombillas rojas de luz mortecina. En el salón había una barra, mesas y sillas y unos cuantos que miraban a una chica joven que se frotaba contra una barra de hierro en una pista de baile sobreelevada, siguiendo un monótono signo pop. La joven miró a Erlendur y se puso a bailar delante de él como si se tratara de un cliente en potencia, y se soltó el diminuto sujetador. Erlendur la miró con una compasión tan profunda que la muchacha se quedó confusa, dio un paso equivocado, recuperó el equilibrio y se fue alejando de él hasta que dejó caer el sujetador al suelo aparentando desenvoltura, en un intento por mantener la dignidad.

Intentó adivinar dónde podían tener lugar los shows privados, y vislumbró un oscuro pasillo enfrente de la pista de baile, y fue hacia allá. El pasillo estaba pintado de negro y al final había una escalera que descendía al sótano. No se veía apenas, pero bajó dificultosamente la escalera y entró en otro pasillo pintado de negro. Una solitaria bombilla roja colgaba del techo, y al final del pasillo se alzaba una montaña de músculos coronada por una cabeza extremadamente pequeña, con los fuertes brazos cruzados sobre el pecho, mirando a Erlendur fijamente. En el pasillo que se extendía entre ambos había seis habitaciones, tres de cada lado. Oyó el sonido de un violín en alguno de los cuartos, una melodía nostálgica.

La montaña de músculos avanzó hacia Erlendur.

       -¿Eres Baddi?- preguntó éste.

       -¿Dónde está tu chica?- preguntó la montaña de cabeza pequeña, que se erguía como una verruga sobre el grueso cuello.

       -Eso iba a preguntarte yo- dijo Erlendur, extrañado.

       -¿A mí? No, yo no organizo lo de las chicas. Tienes que subir a por ellas y luego vuelves a bajar.

       -Ah, de modo que es eso- dijo Erlendur cuando se percató de la confusión-. Estoy buscando a Eva Lind.

       -¿A Eva? Lo dejó hace tiempo. ¿Estuviste con ella?

Erlendur se quedó mirando fijamente al hombre.

       -¿Qué lo dejó? ¿A qué te refieres?

       -Venía aquí a veces. ¿De qué la conoces?

Se abrió una puerta del pasillo y asomó un hombre joven subiéndose la cremallera de los pantalones: Erlendur vio a una chica desnuda inclinarse para recoger su ropa del suelo de la habitación. El hombre se escurrió entre ellos dos, le dio un golpecito a Baddi en el hombro y desapareció escaleras arriba.

      -¿Quieres decir aquí abajo? –dijo Erlendur anonadado-, ¿Eva Lind venía aquí abajo?

      -Hace mucho. En esta habitación hay una que se le parece mucho –dijo Baddi servicial como un vendedor de coches, señalando una puerta-. Es una estudiante de medicina, de Lituania. La chica del violín. ¿La oyes? Está en alguna escuela famosa de Polonia. Ellas viene aquí a sacar dinero y luego se vuelven a seguir estudiando.

-¿Sabes dónde puedo encontrar a Eva Lind?

       -Nunca decimos dónde viven las chicas –dijo Baddi, poniendo un curioso gesto de  santurrón.

       -Yo no quiero saber dónde viven las chicas –dijo Erlendur con cansancio. No podía perderse el lujo de perder el control de la situación. Sabía que tenía que andar con cuidado, que tenía que buscar la información con prudencia aunque nada deseaba más que arrancarle esa verruga del cuello-. Creo que Eva Lind tiene problemas y me pidió que la ayudara –dijo con toda la tranquilidad de la que fue capaz.

       -Y tú quién eres, ¿su papaíto? –dijo Baddi burlón, soltando un bufido.

Erlendur lo miró pensando si sería posible agarrar una cabeza tan pequeña. La sonrisa burlona se congeló en el rostro de Baddi al percatarse de que había dado en el blanco…”