Charles Bukowski, ¿o tal vez Henry Chinaski?    


La constante presencia en sus escritos del alcoholismo sumada a su atracción por los ambientes decadentes, hicieron que cargara en sus espaldas el mote de “poeta maldito”. Factores estos que sumados a las limitaciones en palabras de sus relatos cortos hacen que lo sitúen dentro del denominado Realismo sucio, movimiento literario que tuvo su auge en la primera mitad del siglo XX, y al que también se alinearon escritores como los estadounidenses Raymond Carver, Richard Ford o John Fante, a los que se podrían sumar tanto el chileno Marcelo Lillo, el mexicano Adolfo Vergara Trujillo o el español Karmelo Iribarren.

Nacido bajo el nombre Heinrich Karl Bukowski en Adernach, Alemania (1920), a los tres años emigró con sus padres hacia la ciudad americana de Baltimore. Allí y desde pequeño fue desarrollando una relación muy tirante con su progenitor, este hecho y su carácter díscolo propiciaron que dejara la casa familiar para deambular por buena parte del país, empleándose en trabajos temporales y durmiendo en pensiones de baja categoría, lo que acentuó su poca autoestima y su desmesurada inclinación a la bebida, elementos todos que abonaron su manifiesto nihilismo para con la sociedad que le rodeaba.   

Luego de tanto periplo decidió establecerse en la ciudad de Los Ángeles. Allí  comenzó a escribir para algunos diarios locales, mientras producía algunos compendios de poesía a los que sumaba sus libros de relatos, entre los más reconocidos: Hijo de Satanás, Se busca una mujer, Erecciones, exhibiciones e historias, Música de cañerías, Escritos de un viejo indecente. Y también sus novelas: Cartero, Mujeres, Hollywood, La senda del perdedor, Factótum, Barfly, traducida al español como El borracho, con versiones de estas dos últimas para la gran pantalla en las que el escritor ofició también de guionista para su adaptación.

Lo cierto es que la lectura de Bukowski o de su alter ego Chinaski no deja indiferente a ninguno porque de él se han vertido todos los adjetivos posibles; epítetos que, a décadas de su desaparición física, siguen propiciando la reimpresión constante de todas sus obras. En ellas se mezclan lo verídico con la invención más pura, para convertir al escritor en un contador de sucesos, a veces plenos de silencios y de preguntas que no hallan respuestas, cuando no de seres humanos que han perdido lo poco del honor que les quedaba, para reflejar una profunda desazón en sus posibilidades personales sobre la faz de la tierra.

Fiel a sus convicciones hasta el último aliento, o quizás para mofarse de todo el revuelo que había provocado su persona y sus escritos hasta su desaparición física, San Pedro, Estados Unidos (1994), pidió que grabaran una inscripción en la lápida que a modo de sugerencia ornamenta su tumba: “No lo intentes”.

De su novela Hollywood el texto a continuación:

“…Jon Pinchot seguía llevando un día de ventaja respecto al calendario de rodaje y no estaba tremendamente contento por ello. Eso mantenía a Firepower lejos de nuestros traseros. Los peces gordos no iban por allí. Tenían sus espías, por supuesto. Y yo sabía distinguirlos.

   Algunos del equipo tenían libros míos. Me pedían autógrafos. Los libros que tenían eran curiosos. Quiero decir que no eran los que yo consideraba mejores. (Mi mejor libros es siempre el último que he escrito). Algunos tenían un ejemplar de mis primeros relatos indecentes, ‘Cascándosela al diablo`. Unos pocos tenían libros de poesía, ‘Mozart en la higuera` y ‘¿Le dejarías a este hombre cuidar a tu hija de 4 años?` También ‘La letrina del bar es mi capilla`.

   El día se esfumaba, tranquila aunque apáticamente.

   Vaya con la escena de la bañera, pensé. Francine debe de estar súper limpia a estas alturas.

   Entonces Jon Pinchot entró corriendo en el salón. Parecía desencajado. Llevaba la cremallera a medio subir. Estaba despeinado. Tenía una mirada frenética y de agotamiento al mismo tiempo.

   -¡Dios mío! –exclamó-, ¡estás aquí!

   -¿Qué tal va eso?

   Se inclinó y me susurró al oído:

   -Es horrible, ¡es de locos! ¡Francine está preocupada porque le puedan asomar las tetas por encima del agua! Pregunta todo el rato: ‘¿Se me ven las tetas?`

   -¿Y qué pasa si se le ve una tetita?

   Jon se acercó más a mi oído.

   –No es tan joven como le gustaría… Y Hyans odia cómo está puesta la luz… No puede soportar la iluminación y está bebiendo como nunca.

   Hyans era el cámara. Había ganado casi todos los puñeteros premios y galardones en este negocio, uno de los mejores cámaras vivos, pero –como a casi todo el mundo- le gustaba echar un trago de vez en cuando.

   Jon siguió susurrando frenéticamente.

   -Y Jack que no consigue decir bien esa frase. Tenemos que cortar una y otra vez. Hay algo en la frase que le molesta y cuando la dice se le pone esa sonrisa estúpida en la cara.

   -¿Qué frase es?

   -La que dice: ‘Debe de masturbar al policía encargado de vigilar su libertad condicional cada vez que viene a visitarlo`.

   -Vale, que pruebe con ‘Le hará una paja al policía encargado de vigilar su libertad condicional cada vez que viene a visitarlo`.

   -Bien, ¡gracias! ¡ÉSTA VA A SER LA TOMA DECIMONOVENA!

   -Dios mío –dije.

   -Deséame suerte…

   -Suerte…

   Jon salió de la habitación y entró Sarah.

   -¿Qué problema hay?

   -La toma decimonovena. Francine tiene miedo de que se le vean las tetas, a Jack no le sale su frase y a Hyans no le gusta la iluminación…

   -Francine necesita una copa –dijo-, eso la relajará.

   -Hyans no necesita una copa.

   -Ya lo sé. Y Jack podrá decir su frase cuando Francine se relaje.

   -Puede ser.

   En ese momento Francine entró en la habitación. Parecía totalmente perdida, completamente fuera de todo. Llevaba un albornoz y una toalla en la cabeza.

   -Voy a decírselo –dijo Sarah.

   Se dirigió hacia Francine y le habló con calma. Francine escuchaba. Asintió levemente con la cabeza, luego entró en el dormitorio que estaba a su izquierda. Un momento después Sarah salía de la cocina con una taza de café. Bueno, en aquella cocina había whisky, vodka, ginebra. Sarah había hecho alguna mezcla. Se abrió la puerta, se cerró y la taza de café desapareció.

   Sarah salió.

   -Ahora estará perfectamente.

   Pasaron dos o tres minutos y al cabo la puerta del dormitorio se abrió de golpe. Salió Francine, se dirigió hacia el cuarto de baño y la cámara. En el camino su mirada se cruzó con la de Sarah.

   -¡Gracias!

   Bueno, no quedaba otra cosa que hacer más que esperar allí sentado y seguir entregado al parloteo.

   No pude sino mirar hacia el pasado. Éste era el mismísimo edificio del que me había echado por tener una noche a tres mujeres en mi habitación. En aquellos tiempos no existía eso de los ‘Derechos del Inquilino`.

   -Señor Chinaski –dijo la casera-, aquí vive gente muy religiosa, gente que trabaja, gente que tiene niños pequeños. Nunca he oído quejas así de otros inquilinos. Y yo también lo oigo a usted, esas canciones, esas palabrotas…, cosas que se rompen…, lenguaje vulgar y risotadas… ¡En toda mi vida he oído nada parecido al jaleo de anoche en su habitación!

   -Está bien, me voy…

   -Gracias».