Martín Caparrós, cronista de la realidad y literato

Conserva una fuerte presencia y una mirada inquisidora como si, por defecto de profesión, la imperiosa necesidad de la observación del hecho lo acompañara de manera constante. Pero además el escritor argentino (Buenos Aires, 1957), posee otros componentes que acompañan los rasgos externos de su personalidad.

Fue desde edad temprana que el bonaerense se inclinó hacia el periodismo, hecho que lo condujo a integrar redacciones de medios como los diarios Noticias, Tiempo Argentino o Página/12, para formarse al lado de profesionales como el infortunado Rodolfo Walsh, verdadero mito de la información en el país sudamericano. Después, con los años, también llegó a ser editor de la revista El Porteño, para luego terminar fundando otra revista, en este caso Babel, y si bien los derroteros posteriores con las letras lo derivaron hacia otros géneros estilísticos nunca se alejó de su rol de cronista, a punto que en la actualidad escribe para el diario El País de Madrid y para el estadounidense The New York Times.

Quizás fruto de tanta dosis de realidad fue la que le hizo acercarse al texto de ficción, con novelas como Valfierno, A quien corresponda, Los Living o Echeverría. Luego publicó también crónicas de viaje: La guerra moderna o El interior, y se aventuró con el ensayo; Argentinismos; ¡Bingo!; y también con trabajos de investigación como El Hambre. Sus múltiples facetas le llevaron incluso a incursionar en la actuación, cuando hizo su participación en películas como ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? o Tiempo después.

Su extensa obra le ha hecho ser acreedor de distinciones variadas, como la Beca Guggenheim, el premio Herralde de novela o el Planeta para Latinoamérica, además del Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes de España o el María Moors Cabot de la estadounidense Universidad de Columbia.

Viajero infatigable aunque residente en la capital española desde hace muchos años, quizás como un punto geográfico más para su observación de la realidad mundial, Caparrós afirma que los sistemas políticos y económicos cambian, y seguirán cambiando siempre. Solo que, en las particulares circunstancias actuales, la humanidad está atravesando por momentos delicados en los que está en juego cuál es el futuro que realmente desea.

Pero dejando de lado su observación sobre la realidad para echar mano de la libertad que concede la propia invención literaria, de su novela Valfierno, una de sus obras más apreciadas, el pasaje con el que da comienzo a la narración:

   “Soy Valfierno.

   Digamos que soy Valfierno. O, mejor dicho, fui Valfierno. Y fue como Valfierno que hice algo extraordinario: la historia de una vida.

   ¿Por qué el nombre de Valfierno?

   Convinimos que sus preguntas se iban a limitar a los hechos, ¿no es verdad?

   Sí, es cierto. ¿Y eso no es un hecho?

   Vamos, mi estimado.

    El martes 23 de agosto de 1911 los diarios de la tarde de París se vendieron a mares: voceadores gritaban en todas las esquinas que habían robado el cuadro más famoso del mundo.

   -¡La Gioconda! ¡Entérese de todo! ¡Ha desaparecido la Gioconda!

   Hacía un calor de perros. Semanas que hacía un calor de perros y todos los que no lucraban con él se sentían miserables: el tema pegajoso en cada encuentro, cada café, cada salón con sus molduras, cada iglesia o prostíbulo de lujo. Ese calor conseguía que París dejara de ser París por el bochorno. Eso –que París no fuera París- los hacía sentir particularmente miserables: estafados, y hablaban. Los señores y señoras hablaban del calor y, una vez que habían hablado de él, pasaban a otros temas que no les importaban y de pronto se secaban y volvían al asunto y uno decía que el mundo ya no era lo que era y otro se jactaba del ventilador que compraría si todo seguía así.

   -Es el progreso, mi querido, el progreso. Si no fuera por los socialistas y este calor tremendo…

   Hacía semanas que el sofoco secaba las conversaciones.

Hasta que de pronto, esa tarde, el mundo se animó:

   -¡Se la robaron! ¡Se rieron de Francia en sus narices, extra, extra!

   Soy Valfierno: fui un niño muy feliz. Mi madre me llamaba Bollino y yo creía que mi nombre era ése: Bollino, soy Bollino. Se rió mucho, mi madre, una vez en la calle cuando una señora dijo ay que linda criatura cómo se llamará y yo le dije que Bollino. No señora, se llama Juan María, dijo mi madre, que no sabía que yo tenía que llamarme Eduardo. Pero yo, Bollino, Juan María, Enrique no, Bonaglia todavía, Eduardo incluso, fui un niño muy feliz…”