Nacieron hace más de cuatro mil años en la antigua Mesopotamia, el actual Irak; en el momento en que los sabios decidieron dejar atrás la transmisión de la sapiencia por medios orales, para contenerla en otras formas. Son las bibliotecas, santuarios del conocimiento a nuestro alcance.
En una primera instancia, las tablas de arcilla fueron las depositarias de su saber. Dieron un salto de calidad con la introducción del papiro y, en su afán de reunirlos, indujeron al nacimiento al libro. Mucho después, la linotipia surgió como el elemento determinante para su industrialización y la distribución masiva del mismo.
Pronto se hicieron necesarias las instituciones que los albergaran así como personas que los protegieran, y fue en manos de las órdenes religiosas donde encontraron los primeros cuidados. La nobleza también comprendió el valor de proteger la herencia del saber humano; por lo que no dudaron en hacer acopio de cualquier obra escrita al que se le asignara cierta importancia, llegando a albergar verdaderos tesoros en volúmenes de todo tipo.
Hoy, las letras se encuentran a nuestro abasto gracias a una extensa red de instituciones públicas, centros de estudios, fundaciones, etc., que aportan su esfuerzo para mantener el legado escrito en todas sus formas y soportes.
Por ello y a modo de reconocimiento a su labor, vayan algunos ejemplos destacados de estas Catedrales Europeas de la Cultura.