Homenaje a Ray Bradbury

Nos acaba de dejar el cinco de junio pasado a los noventa y un años. Aunque su carrera literaria mantiene un reconocimiento y una universalidad que viene desde muy lejos.

De formación autodidacta, Bradbury comenzó su andar con la publicación de sus  primeros cuentos en revistas. Fue luego guionista en series de televisión y también participó en la adaptación al cine de consagrados  textos, como el Moby Dick, llevado a la pantalla por el director John Huston.

Pero fueron sus novelas -donde apenas alcanzaba a ocultar sus propósitos morales-, las que le otorgaron una definitiva proyección mundial, Crónicas Marcianas(1950), El hombre ilustrado(1951) y por sobre ellas su Fahrenheit 451(1953), título que quizás en un postrero agradecimiento, el escritor hizo grabar en su lápida funeraria. En su ficción, situaba a sus personajes en un futuro donde los libros son prohibidos por el estado totalitario; mientras que un grupo de rebeldes decide resistir memorizando trabajos enteros sobre literatura y filosofía. De ella rescatamos el texto siguiente:

En silencio, Granger se levantó, se palpó los brazos, las piernas, blasfemando innecesariamente entre dientes, mientras las lágrimas le corrían por el rostro. Se arrastró hacia el río para mirar aguas arriba.

_ Está arrasada –dijo mucho rato después-. La ciudad ha quedado reducida a un montón de polvo. Ha desaparecido.

_ Y al cabo de una larguísima pausa se preguntó_: ¿Cuántos sabían lo que iba a ocurrir? ¿Cuántos fueron pillados por sorpresa?

<Y en todo el mundo –pensó Montag-, ¿cuántas ciudades más aniquiladas? Y aquí en nuestro país, ¿cuántas? ¿Cien… mil?>

Alguien encendió una cerilla y la acercó a un pedazo de papel que había sacado de un bolsillo. Colocaron el papel debajo de un montoncito de hierbas y hojas y, al cabo de un momento, añadieron ramitas húmedas que chisporrotearon, pero prendieron por fin, y la hoguera se fue haciendo más grande bajo el aire matutino, mientras el sol se elevaba y los hombres dejaban lentamente de mirar el río y eran atraídos por el fuego, con gestos torpes, sin nada que decir, y el sol iluminó sus nucas cuando se inclinaron.

Granger desdobló un pedazo de lona en cuyo interior había un trozo de tocino.

_ Comeremos un bocado. Después daremos media vuelta y nos dirigiremos corriente arriba. Tal vez nos necesiten allí.

Alguien sacó una pequeña sartén, y el tocino fue a parar a su interior, y empezó a dorarse sobre la hoguera. Unos segundos después el tocino chisporroteaba y el aroma impregnaba el aire matutino. Los hombres observaban el ritual en silencio.

Granger miró la hoguera.

_ Fénix.

_ ¿Qué?

_ Mucho antes de Cristo, hubo un pajarraco estúpido llamado Fénix. Cada pocos siglos encendía una hoguera y se quemaba en ella. Debió de ser el primer primo hermano del hombre. Pero, cada vez se quemaba, resurgía de las cenizas, renacía a la vida. Y parece que nosotros haremos lo mismo, una y otra vez; sin embargo tenemos una maldita ventaja sobre él. Sabemos la maldita estupidez que acabamos de cometer: conocemos todas las barbaridades que hemos llevado a cabo durante miles de años, y mientras recordemos eso y lo conservemos donde podamos verlo, algún día dejaremos de levantar esas malditas piras funerarias y de arrojarnos a ellas…

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