El escritor en tiempos de beligerancia

Se cumplen cien años de uno de los conflictos más desgarradores  sufridos por la humanidad, la primera Guerra Mundial o la Gran Guerra. Un enfrentamiento que llevó a las grandes potencias de principio del pasado siglo a enfrentarse por ambiciones territoriales y materias primeras para su desarrollo. Nunca se supo la cantidad exacta en coste de vidas de civiles y de jóvenes generaciones de soldados, pero según varias fuentes el número se acercó en los cuatro años de beligerancia (1914-1918) a veinte millones de muertos y otros tantos en heridos o mutilados; más allá  de dejar exhaustas a las arcas de los países beligerantes. En esa sangría de músculo e inteligencia fueron diversos los  escritores que de una manera u otra se posicionaron. Algunos se enrolaron por propia voluntad y convicción, como Gabriele D’Annunzio quien combatió como piloto de la incipiente aviación italiana; el ucraniano Mijaíl Bulgákov que sirvió como auxiliar sanitario en las filas zaristas o Guillaume Apollinaire que luchó en la infantería francesa. Otros como los británicos Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, fue convocado para utilizar sus dotes con la palabra pero esta vez como propagandista o Bertrand Rusell, decididamente opuesto al conflicto cuando  defendía la libre consciencia del individuo para negarse a combatir si sus ideas así se lo impedían, postura por la cual fue sometido a juicio. También hubo los que por influencias pudieron eludir ser llamados a filas, tal el caso del poeta checo Rainer Maria Rilke; y finalmente los que como el ruso Boris Pasternak se constituyeron en observadores privilegiados, en su caso concatenando el conflicto con el enemigo exterior y luego la revolución que terminó con la dinastía de los Romanov, experiencia de la que se sirvió para  acometer su obra capital, Doctor Zhivago.

Erich Maria Remarque (oscarbootcamp.wordpress.com)

Erich Maria Remarque

Aunque ninguno de ellos pudo olvidar las consecuencias de semejante conflagración. Tal el caso del alemán Erich Maria Remarque, herido en la contienda y quien no dudó en denunciar las atrocidades cometidas por ambos bandos en pugna. El texto a continuación pertenece a su novela Sin novedad en el frente (1929), uno de los textos bélicos más reimpresos: …Kantorek era nuestro profesor; un hombre pequeño y severo, con levita gris y cara de musaraña. Tenía, poco más o menos, la misma estatura que el suboficial Himmelstoss, el «terror de Klosterberg». Resulta cómico, por otra parte, que la desgracia en este mundo venga tan a menudo de la mano de hombres cortos de talla. Son mucho más enérgicos que los altos. Siempre he evitado formar parte de compañías mandadas por hombres pequeños; en general son inaguantablemente necios. Kantorek, en las horas de gimnasia, nos atiborró de discursos hasta que toda nuestra clase, con él a la cabeza, fuimos a la Comandancia del distrito para alistarnos. Todavía lo veo delante de mí, preguntándonos con los ojos relampagueantes tras los cristales de las gafas y la voz conmovida: —Iréis todos, ¿no es cierto? Estos pedagogos llevan, con excesiva frecuencia, los sentimientos en el bolsillo del chaleco; ciertamente de esta forma pueden distribuirlos en cualquier momento. Pero nosotros, entonces, no lo sabíamos. Sólo uno se resistió a venir. Joseph Behm, un muchacho gordo y bonachón. Más tarde, sin embargo, se dejó convencer. No tenía otra alternativa. Quizás otros pensaran como él, pero era muy difícil confesarlo, pues en aquella época incluso nuestros padres tenían presta la palabra «cobarde» para echárnosla al rostro. Y es que entonces nadie presentía lo que iba a pasar. Los más razonables eran, sin duda, la gente sencilla y pobre; en seguida consideraron la guerra como un desastre, mientras que, por el contrario, los acomodados no cabían en su piel de alegría; y sin embargo, ellos, mejor que nadie, pudieron prever las consecuencias. Katczinsky dice que de eso tiene la culpa la educación, que nos atonta. Y pensad que cuando Kat afirma algo, es que antes lo ha meditado bien. Casualmente, Behm fue de los primeros en caer. Recibió una bala en los ojos durante un combate y lo dejamos por muerto. No pudimos recogerle porque debimos retroceder precipitadamente. Por la tarde lo oímos gritar y vimos cómo se arrastraba por el campo. Sólo había perdido el conocimiento. Como no podía ver, zigzagueaba loco de dolor, sin aprovechar ninguna defensa, sin cubrirse. Así le mataron a tiros desde el otro lado, antes que nadie de nosotros hubiera podido salir a buscarlo. Naturalmente eso no puede ser relacionado con Kantorek; ¿cómo terminaríamos, si no, empezando por ver ahí una culpabilidad? Existen miles de Kantoreks y todos están convencidos de que lo que hacen, tan cómodo para ellos, es lo mejor que pueden hacer. Precisamente en esto consiste su fracaso…