Grandes de las letras: Thomas Mann

Se le considera como uno de los escritores más importantes de la primera mitad del siglo pasado. Como hombre que vivió a caballo entre los años que marcaron a la Europa contemporánea, el literato alemán (1875-1955) recibió una fuerte influencia de los filósofos y humanistas quienes, como Nietzsche o Schopenhauer, intentaron acompañar a esos cambios oponiendo una visión moral de las transformaciones. Aunque como muchos otros tampoco se vio librado de las derivas de los extremos políticos como el nazismo, con el que Mann tuvo que marcar forzosa distancia exiliándose primero en Suiza y luego en los Estados Unidos.

De formación autodidacta el trasfondo de sus obras no escaparon a lo que sucedía a su alrededor, cuando sus personajes buceaban en los laberintos de la existencia mientras luchaban por encontrar el componente ético que les permitiera atinar con el sendero correcto. Pero no fueron los únicos actores de sus relatos, ya que una sugerida predilección homosexual nunca asumida en su plenitud, le llevó a incluir a algunos protagonistas que fueron fruto de sus  vivencias en este sentido. Más tarde incluso llegó a comprometerse de forma pública, cuando se manifestó a favor de la despenalización de las relaciones entre personas del mismo sexo.

Exigente y metódico en su trabajo tuvo oportunidad de incursionar en géneros variados, aunque la exigencia para consigo mismo le llevara a destruir mucho del material escrito por considerarlo de escaso valor literario. Además de sus numerosos cuentos pudo plasmar sus ideas en otros tantos ensayos, donde destacan Reflexiones durante la guerra, Cartas desde el frente o Consideraciones de un apolítico; y también en sus novelas esenciales: Los Buddenbrook, Doctor Faustus o Muerte en Venecia. Finalmente  en 1929 obtuvo el merecido reconocimiento a su inmensa labor cuando le fue otorgado el premio Nobel por el conjunto de su obra.

El texto a continuación pertenece al capítulo con el que se inicia La montaña mágica, uno de sus textos de ficción con más reediciones hasta el Thomas Mann IIpresente:

…Era un ferrocarril de vía estrecha, que obligaba a una espera prolongada a la intemperie, en una comarca bastante desprovista de encantos… Hans Castorp –tal era el nombre del joven- se encontraba solo, con el maletín de piel de cocodrilo, regalo de su tío y tutor, el cónsul Tienappel, su capa de invierno , que se balanceaba colgada de un rosetón, y su manta de viaje enrollada en un pequeño departamento tapizado de gris. Estaba sentado junto a la ventanilla abierta y, como en aquella tarde el frío era cada vez más intenso, y él era un joven delicado y consentido, se había levantado el cuello de su sobretodo de verano, de corte amplio y forrado de seda, según la moda. Cerca de él, sobre el asiento, reposaba un libro encuadernado, titulado: ´Ocean steamships`, que había abierto de vez en cuando al principio del viaje; pero ahora yacía abandonado y el resuello anhelante de la locomotora salpicaba su cubierta de motitas de grasa.

Dos jornadas de viaje alejan al hombre –y con mucha más razón al joven cuyas débiles raíces no han profundizado aún en la existencia- de su universo cotidiano, de todo lo que él consideraba sus deberes, intereses, preocupaciones y esperanzas; le alejan infinitamente más de lo que pudo imaginar en el coche que le conducía a la estación. El espacio que, girando y huyendo, se interpone entre él y su punto de procedencia, desarrolla fuerzas que se cree reservadas al tiempo. Hora tras hora, el espacio determina transformaciones interiores muy semejantes a las que provoca el tiempo, pero de alguna manera las supera.  

Igual que este, crea el olvido; pero lo hace desprendiendo a la persona humana de sus contingencias para transportarla a un estado de libertad inicial; incluso del pedante y el burgués hace, de un solo golpe, una especie de vagabundo. El tiempo, según se dice, es el Leteo. Pero el aire de las lejanías es un brebaje semejante, y si su efecto es menos radical, es un cambio mucho más rápido.

Hans Castorp iba también a experimentarlo. No tenía la intención de tomar este viaje particularmente en serio, de mezclar en él su vida interior, sino más bien de realizarlo rápidamente, hacerlo porque era preciso, regresar a casa tal como había partido y reanudar su vida exactamente en el punto en que la abandonó por un instante. Ayer aún estaba absorbido totalmente por el curso ordinario de sus pensamientos, ocupado en el pasado más reciente, en su examen y el porvenir inmediato: el comienzo de sus prácticas en casa de Tunder & Wilms (astilleros y talleres de maquinaria y calderería), y había lanzado, por encina de las tres próximas semanas, una mirada todo lo impaciente que su carácter le permitía. Sin embargo, le parecía que las circunstancias exigían su plena atención y que no era admisible tomarlas a la ligera. Sentirse transportado a regiones donde no había respirado jamás y donde, como ya sabía, reinaban condiciones de vida absolutamente inusuales, desmenuzadas y escasas, comenzó a agitarle, produciendo en él cierta inquietud… 

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