Svetlana Alexiévich y las deudas no reconocidas

Año 1985, un film argentino era galardonado con el premio Oscar a la mejor película de habla no inglesa, se trataba de La Historia Oficial. En él se hacía la semblanza que un gobierno -en este caso uno militar- construía para venerar aquello que consideraban sus logros y también, para cubrir sus crímenes, trapicheos y miserias.  Que se sepa la escritora bielorrusa (1948) no ha vivido en el país sudamericano pero, criada bajo el férreo control que de la información ejercieron las autoridades pro-soviéticas, bien sabe de cómo alimentaban el relato gubernamental aquellos que supuestamente impulsarían a un hombre nuevo hacia un mejor futuro.

De hecho la práctica totalidad de la obra de Alexiévich fue edificada en base a buscar en el más allá de lo que las jerarquías fueron machacando durante décadas, y por ello fue laureada con el Nobel de Literatura 2015. En el momento de librarle el premio la Academia sueca destacó que su obra expresaba “gran polifonía”, y que era además “un monumento al sufrimiento y al coraje de nuestro tiempo”. Pero tal vez lo que subyace con más vehemencia en sus textos sean las carencias de un sistema comunitario; el logro de algunas verdades incontestables, y de otras tantas falencias a las que fue sometida una sociedad que quiso creer en un método y que a la postre favorecieron la caída del mismo.

Como consecuencia de la repercusión mundial lograda por el galardón, la totalidad de los escritos de la eslava se están traduciendo al español, aunque  ya se encuentran disponibles títulos como Voces de Chernóbyl o El fin del Homo Soviéticus. También se ha editado uno de sus primeros textos, La guerra no tiene rostro de mujer, trabajo que oscila entre el ensayo y la historia novelada, en la que la autora pone negro sobre blanco respecto de las experiencias que vivieron ese cercano millón de mujeres que en los más variados puestos, fueron desplazadas al frente por los ejércitos soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial y que, aún hoy a años del conflicto, ocupan un espacio limitado en las crónicas belicistas. Triste paradoja para muchas de ellas cuando finalizada la contienda, luego de haberse ganado su honra en el campo de batalla, fueron catalogadas como contrarrevolucionarias y por ello terminaron con sus huesos en un gélido gulag siberiano.

Del comienzo de La guerra no tiene rostro de mujer, el pasaje siguiente:Svetlana Alexiévich (pen-deutschland.de)

“Escribo sobre la guerra…

Yo, la que nunca quiso leer libros sobre guerras a pesar de que en la época de mi infancia y juventud fueran la lectura favorita. De todos mis coetáneos. No es sorprendente: éramos hijos de la Gran Victoria. Los hijos de los vencedores. ¿Qué cuál es mi primer recuerdo de la guerra? Mi angustia infantil en medio de unas palabras incomprensibles y amenazantes. La guerra siempre estuvo presente: en la escuela, en la casa, en las bodas y en los bautizos, en las fiestas y en los funerales. Incluso en las conversaciones de los niños. Un día, mi vecinito me preguntó: ‘¿Qué hace la gente bajo tierra? ¿Cómo viven allí?`. Nosotros también queríamos descifrar el misterio de la guerra.

Entonces por primera vez pensé en la muerte… Y ya nunca más he dejado de pensar en ella, para mí se ha convertido en el mayor misterio de la vida.

Para nosotros, todo se originaba en aquel mundo terrible y enigmático. En nuestra familia, el abuelo de Ucrania, el padre de mi madre, murió en el frente y fue enterrado en suelo húngaro; la abuela de Bielorrusia, la madre de mi padre, murió de tifus en un destacamento de partisanos; de sus hijos, dos marcharon con el ejército y desaparecieron en los primeros meses de guerra, el tercero fue el único que regresó a casa. Era mi padre. Los alemanes quemaron vivos a once de sus familiares lejanos junto con sus hijos: a unos en su casa, a otros en la iglesia de la aldea. U así fue en cada familia. Sin excepciones.

Durante mucho tiempo jugar a ‘alemanes y rusos` fue uno de los juegos favoritos de los niños de las aldeas. Gritaban en alemán: ‘Hände hoch!`, ‘Zurück`, ‘Hitler kaput!`.

No conocíamos el mundo sin guerra, el mundo de la guerra era el único cercano, y la gente de la guerra era la única gente que conocíamos. Hasta ahora no conozco otro mundo, ni a otra gente. ¿Acaso existieron alguna vez?

La aldea de mi infancia era femenina. De mujeres. No recuerdo voces masculinas. Lo tengo muy presente: la guerra la relatan las mujeres. Lloran. Su canto es como el llanto.

En la biblioteca escolar, la mitad de los libros era sobre la guerra. Lo mismo en la biblioteca del pueblo, y en la regional, adonde mi padre solía ir a buscar los libros. Ahora ya sé la respuesta a la pregunta ‘¿por qué?`. No era por casualidad. Siempre habíamos estado o combatiendo o preparándonos para la guerra. O recordábamos cómo habíamos combativo. Nunca hemos vivido de otra manera, debe ser que no sabemos hacerlo. No nos imaginamos cómo es vivir de otro modo, y nos llevará mucho tiempo aprenderlo.

En la escuela nos enseñaban a amar la muerte. Escribíamos redacciones sobre cuánto nos gustaría entregar la vida por… Era nuestro sueño.

Sin embargo, las voces de la calle contaban a gritos otra historia, y esa historia me resultaba muy tentadora.

Durante mucho tiempo fui una chica de libros, el mundo real a la vez me atraía y me asustaba. Y en ese desconocimiento de la vida se originó la valentía. A veces pienso: ‘Si yo fuera una persona más apegada a la vida, ¿me había atrevido a lanzarme a este pozo negro? ¿Me había empujado a él mi ignorancia? ¿O habrá sido el presentimiento de que este era mi camino?`. Porque siempre intuimos nuestro camino…”

 

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