Se dice que un hecho accidental, en su caso ser expulsado del instituto por fumar, fue el que provocó que John Cheever (1912-1982) se inclinara por hacer realidad su primer texto de ficción. Sea como fuere y a consecuencia de ello, su relato Expulsado fue publicado con éxito en el New Republic, periódico con el que comenzaría una colaboración que luego se extendería en el Atlantic, hasta alcanzar la notoriedad en el reconocido The New Yorker.
Asentado ya en el cuento decidió lanzarse en la concreción de su primera novela, Crónica de los Wapshot, con tanto éxito que se hizo merecedora del National Book Award. Con el tiempo, el estadounidense admitió que mucho del texto provenía de las experiencias de su propia familia que, originaria de un pequeño pueblo, había decidido trasladarse a la gran ciudad. A esta primera le siguió su continuación en la saga con El escándalo de los Wapshot, y luego fue la repercusión mediática con Bullet Park, una historia ambientada en los barrios residenciales, que lo consolidó como autor de prestigio.
En 1978 se publica The Stories of John Cheever, con la consecuencia directa de lograr el preciado Premio Pulitzer, que termina por darle una definitiva proyección internacional a su trabajo. En la novela las tramas se muestran bien desarrolladas y pulidas, pero destacan más aún la atractiva composición de sus personajes, en su mayoría cargados de elementos sombríos de difícil resolución, que le otorgan a sus relatos una pátina subyacente impregnada de cierto tono apocalíptico.
Mucho tiene que ver en sus textos las características propias del americano y sus obsesiones en el momento de volcarse a la escritura: las preocupaciones del ciudadano medio por lograr un status en la sociedad en la que habita, las tensiones que se derivan de la obsesión por alcanzar ese nivel, y también otras temáticas, como la homosexualidad o el alcoholismo.
El siguiente texto surge de la asiduamente reeditada Bullet Park, en la que Cheever quiso reflejar la vacuidad y los pocos escrúpulos de las clases pudientes estadounidenses:
“…Se sentó en una silla junto a la cama de su hijo, como había hecho tantas veces en el pasado, cuando le leía La isla del tesoro.
-¿Cómo te sientes, hijo?
-Más o menos igual.
-¿Has cenado algo?
-Sí.
-Había un artículo muy largo en el periódico del domingo que decía que tu generación piensa que el mundo está terriblemente corrompido. ¿Tú crees que el mundo está corrompido?
-No, no creo que esté corrompido.
-¿No crees que eso tiene algo que ver con tu problema?
-Me encanta el mundo. Simplemente estoy triste, eso es todo.
-Bien, supongo que hay razones para entristecerse, pero lo que más me duele es que siempre estén criticando estos barrios residenciales. Nunca he entendido por qué. Cuando vas al teatro, siempre están hablando mal de estos barrios, pero yo no veo que jugar al golf y cultivar flores sea un signo de depravación. La vida es más barata en las afueras, y yo me moriría si no pudiera hacer un poco de ejercicio. La gente parece establecer algún tipo de conexión entre respetabilidad y pureza moral que yo no acabo de entender. Por ejemplo, el hecho de que use traje con chaleco no significa necesariamente que proclame pureza moral. Una cosa no implica la otra. En todas partes suceden todo tipo de cosas escandalosas, pero solo porque les sucedan a personas que tienen jardines con flores no significan que los jardines sean despreciables. Por ejemplo, el año pasado acusaron a Charlie Stringer de enviar pornografía por correo. Él se defiende diciendo que tiene una especie de editorial y supongo que las fotos cochinas forman parte de su negocio. Vive en una de esas casas de estilo Tudor en Hansen Circle y tiene una mujer guapa y tres hijos. Flores en el jardín. Árboles. Un par de estanques. Los críticos dirán: <Mirad, mirad, mirad qué fachada tan grande ha levantado para ocultar que comercia con la obscenidad y la corrupción>. Pero ¿qué quieren decir con eso? ¿Por qué un hombre que comercia con cochinadas tendría que vivir en una cloaca? Es un canalla, de eso no cabe la menor duda, pero ¿por qué no iba a querer un canalla regar el césped y jugar al softball con sus hijos?
>Hablamos mucho de libertad e independencia. Si quisiéramos definir nuestro propósito como nación, no creo que pudriéramos evitar el uso de palabras como libertad e independencia. El presidente siempre está hablando de libertad e independencia, la marina y el ejército luchan siempre por defender la libertad y la independencia, y los domingos, en la iglesia, el padre Ransome agradece a Dios nuestra libertad y nuestra independencia; pero tú y yo sabemos que los negros que viven en esas ratoneras que hay río abajo no tienen libertad ni independencia para elegir lo que hacen ni dónde viven. Charlie Simpson es un gran tipo, pero tanto él como Phelps Marsen y otra media docena de hombres adinerados y respetables de por aquí ganan dinero haciendo tratos con Salazar, Franco, la Unión Minera y todas esas juntas militares. Hablan más que nadie de libertad e independencia, pero suministran dinero, armamento y técnicos para aplastar la libertad y la independencia cada vez que aparecen. Detesto mentir y detesto las falsedades, y, cuando vives en un mundo que admite a tantos mentirosos, supongo que tienes un motivo para estar triste. De hecho, yo no tengo tanta libertad o independencia como me gustaría. La ropa que me pongo, lo que como, mi vida sexual y gran parte de lo que pienso están bastante regimentados, pero a veces me gustan que me digan lo que tengo que hacer. NO soy capaz de ver lo que está bien y lo que está mal en cada situación.
>A veces los periódicos te confunden bastante. No dejan de publicar fotos de soldados muriendo en selvas y andurriales, justo al lado de un anillo de esmeraldas de cuarenta mil dólares o de un abrigo de piel de marta. Sería infantil decir que el soldado murió por las esmeraldas o las pieles de marta, pero ahí está, día tras día, el soldado agonizante y el anillo de esmeraldas…”