La figura del «negro literario», sin connotación racista alguna, designa a la persona que escribe para otra, usualmente de mayor a fama; y si bien percibe pago por ello, en momento alguno aparece en los créditos de la obra. De esta manera, grandes nombres de la literatura se vieron beneficiados del trabajo oculto de estos autores en la oscuridad, aunque son pocos los casos en que se ha podido corroborar este fraude al lector. Algunas de estas colaboraciones contaron con la anuencia de los editores de esos textos, aunque en nuestros días el autor (o quien aparece en los créditos) intenta que el hecho no gane trascendencia. Este artículo hace referencia a algunos ejemplos que han ganado publicidad en el transcurso de la historia contemporánea
La capacidad de producción del escritor francés Alexandre Dumas (1802-1870) es legendaria. El autor de Los tres mosqueteros presumía en voz alta de haber escrito 1.200 obras aunque, según los expertos, habría que rebajar esta cifra a tan solo 300 –entre ellas, ochenta novelas–, que ocupan, según los que se han entretenido en contarlas, más de 100.000 páginas, en todos los géneros (poesía, teatro, novelas, cuentos, ensayos…). “Nadie ha leído todos los libros de Dumas… ni siquiera él mismo”, se bromeaba ya en vida del escritor, que ocupa un lugar de honor en la historia de la literatura.
Entre sus numerosos colaboradores, un total de 63 en diferentes etapas, según propia confesión, destacó Auguste Maquet, que trabajó con él entre los años 1839 y 1851. Tras cosechar diversos rechazos literarios a una obra suya, Maquet se la mostró a Dumas, quien la retocó y la ofreció al editor Girardin, pidiendo que se publicara con el nombre de ambos. La respuesta fue clara: “Un folletín firmado por Dumas vale tres francos por línea, pero firmado por Dumas y Maquet solo 30 centavos”. Se trataba de El caballero de Harmental, que finalmente apareció solamente con el nombre de Dumas.
Dumas recibía los argumentos y las estructuras de algunas novelas por parte de sus colaboradores, sobre los que luego realizaba retoques, caracterizaba más detalladamente a los personajes, y añadía diálogos y escenas de acción. Las cuantiosas ofertas económicas que le hicieron, a raíz del éxito de Los tres mosqueteros, dispararon este método, basado no solo en los colaboradores sino en su inmensa capacidad de trabajo, con jornadas diarias de hasta catorce horas.
Dumas no ha sido el único autor con colaboradores aunque sí uno de los ejemplos del que existen más evidencias. Sigue flotando el enigma de William Shakespeare, con teorías que aparecen y desaparecen según las épocas, y que implican a nombres como Christopher Marlowe, Francis Bacon o Edward de Vere como posibles coautores de algunos textos. Asimismo, algunos estudiosos apuntan que el auténtico autor de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España no sería Bernal Díaz del Castillo, quien la firma, sino el mismísimo Hernán Cortés. Pero hay casos más graves… En el 2005, se destapó la conocida como “la estafa literaria del siglo” al saberse que detrás de las tres novelas del estadounidense J.T.Leroy estaba en realidad una mujer llamada Laura Albert, quien además hacía disfrazarse a su cuñada para interpretar al autor en las fotos en que aparecía. Leroy, supuestamente chapero y adicto, habría sido víctima de abusos sexuales, que nutrían su creación literaria.
Un chiste de la época de Dumas le muestra en el entierro de uno de sus negros. Un desconocido le da el pésame y exclama: “¡Ahora, manos a la obra!”. “¿Usted quién es?”, pregunta Dumas. “¿Quién voy a ser? ¡El negro de su negro!”
(El texto pertenece a Xavi Allén, y fue reproducido en La Vanguardia de Barcelona)