La fuerza de una imagen

Un niño refugiado con un libro frente a un contenedor de basura en una calle de Beirut, se llama Hussein, tiene 10 años y huyó con su familia de Siria. En su presente como refugiado en Líbano, junta chatarra para ayudar a llevar comida a la mesa. Una fotografía «accidental» hizo que su vida y la de su familia, dieran un completo vuelco

Crédito: Rodrigues Mghames

Su buzo y el pantalón deportivo que fueron azules tienen una capa de tierra que vuelve todo un poco más gris. La tela rota a la altura de la rodilla no es lo único que está quebrado en esta imagen. Es la foto de un niño que detuvo la tarea de sobrevivir para ser un niño como debe ser, dándose un chapuzón de fantasía y descanso creativo.

El click lo hizo el ingeniero y profesor universitario libanés Rodrigues Mghames, en Beirut. Ni siquiera es fotógrafo, su perfil de Instagram está lleno de selfies, pero tuvo el ojo y la cámara en el momento justo. También el corazón. Lo encontró casualmente afuera de su oficina, hizo la foto, la publicó, habló un rato con el niño y, antes de que se diera cuenta, la imagen se hizo viral en todas las plataformas de redes sociales.

De pronto, esta foto, este chico, pasaron a ser el tema de discusión en los principales medios de comunicación árabes. En solo una captura quedaba reflejada la sed de conocimiento a pesar de toda la circunstancia. Un niño con un libro en un tacho de basura pasó a ser todas las infancias atropelladas por la realidad injusta. La necesidad de escapar para encontrarse en un mundo mejor, creado por palabras, la tragedia que conmovía.

Todo impacto lleva a una acción posterior. En este caso no fue el cambio radical humanitario que hace falta. El foco quedó puesto en el chico. ¿Quién es el niño?, eso es lo que todos querían saber. Y así fue. Se llama Hussein, tiene 10 años y huyó con su familia de Siria. Tuvo que dejar la escuela, la infancia y, en su presente como refugiado en Líbano, junta chatarra y plástico para ayudar a llevar comida a la mesa de su casa.

Esa tarde, Hussein estaba trabajando entre tachos de basura como siempre cuando encontró un libro. Le gusta leer. Habrá sido un reflejo, como el de chapotear al caer al agua, lo que lo llevó a agarrarlo, a aferrarse. Entonces dejó de lado las obligaciones que no debería tener y se sumergió en la lectura. El olor a desperdicios, las paredes graffiteadas, el hambre, todo se fue por un rato. Ni se dio cuenta, no supo en ese momento que le habían tomado una fotografía.

Rodrigues Mghames usa trajes caros, muchos son de color azul, casi brillante. Nada es gris a su alrededor. Transita la otra cara de esa realidad, pero el día que vio al refugiado sirio con el libro algo le hizo clic. Y con su foto, aunque fue pequeño, algo cambió.

Más tarde, en una de las cientos de entrevistas que dio, dijo: «Cuando salía de la oficina para ir al taller me llamó la atención un niño leyendo un libro al borde de un tacho de basuraLe tomé una foto y la publiqué en mi página de Instagram. No fue hasta que nos sentamos a almorzar juntos que me di cuenta de cuánto le gustaba leer en realidad».

Xposure es un festival internacional de fotografía que se hace en Emiratos Árabes Unidos y se describe en su página como “una plataforma educativa y de imágenes”. En su sexta edición, en el suntuoso Expo Center Sharjah, anunció que iban a patrocinar, en cooperación con la organización humanitaria The Big Heart Foundation (TBHF), la educación de Hussein hasta la escuela secundaria.

“Esta imagen refleja un mensaje clave adoptado en Xposure sobre el poder inherente de la fotografía como fuerza para el bien y su capacidad para marcar la diferencia en la vida de las personas y las comunidades”, dijeron desde el festival, que además homenajeó a Rodrigues Mghames durante la ceremonia de apertura, en “reconocimiento por su papel al compartir la historia de Hussein con el mundo”, anunciaron.

Al festival lo organiza la Oficina de Medios del Gobierno de Sharjah (SGMB). Su Director General, Tariq Saeed Allay, con la foto de Hussein leyendo en la basura proyectada detrás, dijo: “Al destacar sufrimientos e injusticias, la fotografía le da al mundo una idea de las diversas condiciones de las personas”.

Y explicó que con este apoyo para la educación del niño sirio, espera que se envíe el mensaje de que “el papel de la fotografía va más allá de observar y documentar la realidad, para convertirse en una herramienta de cambio”.

A TBHF, que tiene base en los Emiratos Árabes Unidos, lo dirige una mujer, Mariam Al Hammadi. Y en el salón poblado mayormente por hombres, subió al escenario y dijo que la misión central de su organización es proteger y empoderar a los niños vulnerables y a sus familias. “Creemos que el conocimiento y la educación son fundamentales para cambiar la vida de las personas y nuestro objetivo es ayudar a satisfacer la pasión de Hussein por la lectura”, anunció.

Sharjahno es un emirato de los siete que componen Emiratos Árabes Unidos, que, aunque siempre fue más conservador que su vecino del sur, Dubái, es considerada la capital cultural de la nación. La ceremonia de Xposure, en el Expo Centre, fue elegante y austera, en un salón impecable. No estaba Hussein, que sigue en Beirut y ya comenzó la escuela. Es un final feliz, parcial, individual, en donde una foto cambió una historia. Aún falta mejorar las vidas de miles de niños refugiados en todo el mundo.

(El texto pertenece a Daniela Pasik y fue publicado por el diario argentino Clarín)

«Un pueblo sin lectores no tiene reflexión, no tiene criterio; por eso hay que humanizar la lectura, sobre todo en estos tiempos de tecnología, de velocidad e internet» ( Evelio Rosero )

Jo Nesbo, con fría acción criminal

Foto: Stian Broch

El noruego (Oslo, 1960) es uno más de los tantos integrantes de los que construyen la ponderada novela negra escandinava. Con una camada de escritores como Henning Mankell, Stieg Larsson, Karin Fossum, Arnaldur Indridason, Liza Marklund y el mismo Nesbo quien, desde que se dio a conocer con su ficción debut El murciélago, primer título de la serie del policía Harry Hole, que le llevó a alzarse con el Riverton Prize a la mejor novela en su país y luego, el Glassnokkelen, a la mejor novela de los países nórdicos.

Más allá de los reconocimientos, su producción no ha cesado de crecer. Aunque antes de hacerse conocer como autor de literatura policial, Nesbo tuvo la oportunidad de graduarse en la Escuela Noruega de Economía, para desempeñarse luego como agente de bolsa. Como curiosidad también, el nórdico es el líder fundador y compositor del grupo de rock Di Derre, con el que asiduamente suele presentarse en shows.  

A esa primera publicación con la figura del inspector Hole le siguieron hasta el presente otras once entregas más, títulos como Petirrojo, Némesis, La sed o El muñeco de nieve, de la que en el año 2017 se hizo una exitosa adaptación para la pantalla grande protagonizada por el actor germano-irlandés Michael Fassbender. Además, tiene publicados otros cuatro textos dentro del género de novela juvenil con la saga del Doctor Proctor, dos de la serie de Olav Johansen, y otros tantos escritos que abarcan el ensayo y, como es el caso de Karusellmusikk, de relatos cortos.

A sus sesenta años ha logrado crear una producción que a más de extensa es variada, sin renunciar por ello al toque de calidad en sus obras. Quizás sea esto lo que le haga contar con el beneplácito de una legión de miles de lectores fieles en varios países, los que le premian siguiéndole en cada una de sus nuevas aventuras literarias.

Para apreciar una pequeña parte de sus textos de ficción, de la serie del detective Harry Hole, un pasaje de La sed, texto que, con la inclusión de atractivos personajes y un ritmo de acción sostenido, sobrepasa con creces los ingredientes esenciales de todo buen texto de novela policial:

  “A Katrine le costó mantener la concentración durante la rueda de prensa. Informaron brevemente de la identidad y edad de la víctima, de dónde y cuándo fue hallada, y poco más. En los casos de asesinato siempre se procuraba dar muy poca información en esas comparecencias iniciales; se trataba básicamente de ´dar la cara` en representación de una sociedad transparente y democrática.

   A su lado estaba el jefe del grupo de Homicidios, Gunnar Hagen. La luz de los flashes se reflejaba en su brillante calva, rodeada de cabello oscuro y rizado, mientras leía las pocas frases que habían redactado juntos. Katrine se alegraba de que fuera él quien hablara con los medios. No es que tuviera miedo de los focos, pero cada cosa a su debido tiempo. De momento su nombramiento para el cargo de comisaria jefe era tan reciente que resultaba más seguro dejar que Hagen tomara la palabra mientras ella aprendía su técnica oratoria. Observó como el experimentado alto cargo policial trataba de convencer a la opinión pública de que la policía lo tenía todo bajo control, más por el efecto de su lenguaje corporal y el tono de su voz que por el contenido de sus palabras. Miró por encima de las cabezas de los más de treinta periodistas congregados en la sala de la quinta planta, y sus ojos se fijaron en el gran lienzo que cubría la pared del fondo. En él se veían varias personas desnudas bañándose, en su mayoría delicados jovencitos. Una hermosa e inocente escena de los tiempos en los que no se veían segundas intenciones ni se interpretaba todo de la peor manera posible. Eso era lo que le pasaba a ella, así que supuso que el artista era un pedófilo. Hagen repetía su mantra a cada pregunta de los periodistas: <No podemos responder a eso>. Introducía algunas variaciones para que sus respuestas no resultaran arrogantes o sencillamente cómicas: <En este momento no podemos comentar ese extremo>. O en un tono más amable: <Volveremos sobre ese punto más adelante>.

   Oía como los bolígrafos y teclados anotaban unas preguntas que, por supuesto, resultaban más explícitas que las respuestas: <¿El cadáver estaba en muy mal estado?>, <¿Había indicios de violencia sexual?>, <¿La policía tiene algún sospechoso y, en ese caso, se trata de alguien cercano a la víctima?>. Preguntas especulativas que, a falta de otra cosa, añadían cierto morbo a la respuesta <Sin comentarios>.

   Al fondo de la sala, una figura familiar apareció en el umbral de la puerta. Lucía un parche negro y llevaba un uniforme de jefe de policía que sabía que siempre colgaba recién planchado en el armario de su despacho. Mikael Bellman. No llegó a entrar. Observaba. Katrine se dio cuenta de que Hagen también lo había visto, de que se erguía en su silla ante el mando más joven que él.

   -Y eso ha sido todo –concluyó la responsable de comunicación-.

   Katrine vio que Bellman hacía un gesto para indicarle que quería hablar con ella.

   -¿Cuándo será la próxima rueda de prensa? –gritó Mona Daa, la redactora de sucesos del diario sensacionalista VG.

   -Volveremos a convocarlos…

   -Cuando tengamos alguna novedad –interrumpió Hagen a la responsable de comunicación.

   Katrine se fijó en que había dicho <cuando>, no <si tenemos>. Eran esos pequeños pero importantes matices los que daban a entender que los servidores del Estado de derecho trabajaban sin descanso, que la justicia no se detiene y que es solo cuestión de tiempo encontrar al culpable.

   -¿Alguna novedad? –preguntó Bellman mientras cruzaban el atrio de la comisaría.

   Hubo un tiempo en que su belleza casi femenina, realzada por sus largas pestañas, el pelo bien cuidado aunque demasiado largo, y la piel bronceada con sus características manchas blancas, podían causar una impresión de cierta afectación, de debilidad. Pero el parche del ojo, que podía haber tenido un efecto teatral, conseguía lo contrario. Daba sensación de fuerza, de que era un hombre que no se detenía por la pérdida de un ojo.

   -Los de Medicina Legal han encontrado algo en las heridas causadas por las dentelladas –dijo Katrine siguiendo a Bellman por las puertas de seguridad de la recepción.

   -¿Saliva?

   -Óxido.

   -¿Óxido?

   -Sí.

   -Como en un… -Bellman llamó al ascensor.

   -No lo sabemos –dijo Katrine colocándose a su lado.

   -¿Y todavía no sabéis cómo accedió el asesino a la vivienda?

   -No. La cerradura no se puede abrir con una ganzúa, y no se han forzado ni puertas ni ventanas. Queda la posibilidad de que ella le dejara entrar, pero no creemos que fuera el caso.

   -Tal vez tuviera la llave.

   -En el bloque hay instaladas cerraduras que utilizan la misma llave para el portal y las puertas. Según el registro de la comunidad, solo había una llave para el apartamento de Elise Hermansen, y esta la tenía en su poder. Berntsen y Wyller han tomado declaración a los chavales que se encontraban en el portal cuando ella llegó a casa y los dos recuerdan sin duda alguna que abrió el portal con llave, que no llamó al telefonillo para que le abriera alguien que ya estuviera dentro.

   -Entiendo. Pero ¿no puede simplemente haberse hecho con una copia de la llave?

   -En ese caso tenía que haber tenido acceso a la llave original, además de dar con un profesional sin escrúpulos que tenga acceso a llaves de seguridad dispuesto a copiarla sin el consentimiento escrito de la comunidad. Es muy poco probable.

   -Vale. No era eso de lo que quería hablarte…”