Desde un oriente no tan lejano

Hasta hace no mucho desconocida para el grueso del público, la literatura originaria de Japón se ha ido dando a conocer de forma sigilosa entre los lectores de habla hispana.

Más acostumbrados quizás a la vistosa imagen de sus antiguos guerreros, o ya más en nuestros días, a la particular manufactura de sus cómics, la escritura nipona fue de las últimas de sus facetas gráficas en ganar adeptos en nuestros mercados.

Luego a través del Nobel otorgado en 1994, nombres como el  de Kenzaburo Oé y por la repercusión de ese lauro, el del prematuramente desaparecido y tardíamente rescatado Yukio Mishima, se nos hayan ido haciendo más cercanos. Aunque otros  escritores publicados de forma reciente, como el de la autora Hiromi Kawakami o el de Kyoichi Katayama, aún nos sean de extraña repercusión para nuestros oídos.

Pero de manera definitiva sí nos será más familiar el nombre de Haruki Murakami (Kioto, 1949); quien con novelas como La caza del carnero salvaje (publicada en 1992 por Anagrama), Tokio Blues (Norwegian Wood) (2005, Tusquets) o de manera más reciente, Baila, baila, baila (2012, Tusquets) se ha sabido ganar el favor del público. En particular los dos últimas, que ayudaron de forma notable a la consolidación de las letras del país del sol naciente.

El pasaje a continuación responde a Tokio Blues; texto que el autor  sitúa en los convulsos años sesenta del siglo pasado, y que narra el paso del joven Toru Watanabe por la residencia de estudiantes de la ciudad Haruki Murakamicapital.

_…Cuanto más conocía a Nagasawa, más extraño me parecía. A lo largo de mi vida, me había cruzado, había encontrado o conocido a muchas personas extrañas, pero jamás a nadie que lo fuera tanto. Leía muchísimo más que yo, pero tenía por principio no adentrarse en una obra hasta que hubieran transcurrido treinta años de la muerte del autor. <Sólo me fío de estos libros>, decía.

_No es que no crea en la literatura contemporánea, pero no quiero perder un tiempo precioso leyendo libros que no hayan sido bautizados por el paso del tiempo. ¿Sabes?, la vida es corta.

_¿Y qué escritores te gustan? –le pregunté.

_Balzac, Dante, Joseph Conrad; Dickens –me respondió al instante.

_No son muy actuales que digamos.

_Si leyera lo mismo que los demás, acabaría pensando como ellos. ¡El mundo está lleno de mediocres! A la gente que vale la pena le daría vergüenza hacer lo que hacen ésos. ¿No te has dado cuenta Watanabe? Los únicos medianamente decentes de toda la residencia somos tú y yo. El resto son basura.

_¿Por qué lo dices? –Me sorprendí.

_Porque lo sé. Lo llevan escrito en la cara. Basta con mirarlos. Además, nosotros dos leemos El gran Gatsby.

Hice un cálculo mental: <Todavía no han pasado treinta años desde la muerte de Scott Fitzgerald>.

_Y qué más da. ¡Por dos años! –exclamó-. A un escritor tan extraordinario como él lo adelanto, y no hay más que hablar…

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