Constantino Cavafis, luz deslumbrante del Mediterráneo

Es considerado una de las grandes personalidades literarias de la Grecia moderna. Y es que la irrupción del poeta nacido en Alejandría, Egipto (1863 – 1935), se fue consolidando de manera lenta pero paulatina como una de las voces más representativas de la poesía helénica.

Era el hijo menor de una familia de ocho vástagos oriunda de Constantinopla, la actual Estambul, que se dedicaba al comercio del algodón y de las telas, actividad por la cual se habían establecido en la ciudad egipcia. Una vez fallecido el padre del clan, la madre tomó la decisión de volver a emigrar esta vez a la ciudad inglesa de Liverpool, donde permanecerían durante siete años para luego volver a asentarse de manera definitiva en la ciudad fundada por Alejandro Magno.

Allí el joven Constantino consiguió un empleo de funcionario en el Ministerio de Obras Públicas, donde trabajaría durante treinta largos años. En ese largo tiempo Cavafis nunca dejó de componer sus versos, aunque tímido o falto de confianza con su hacer, nunca llegó a publicar sus poemas. Fue luego de largas insistencias de sus amigos que se decidió a hacer una impresión reducida de los mismos, para distribuirlos a unos pocos o a los que él consideraba con la sensibilidad necesaria para comprender su poesía.

Obsesivo con la expresión escrita, tenía la costumbre de dejar madurar sus textos mientras los iba corrigiendo una y otra vez. En su poesía, de tono decididamente intimista, surgen temas reiterados: el homo erotismo, la decadencia de los seres humanos, o el mundo helenístico; versos que en su mayoría conservan la particularidad de instalarse dentro de un orden atemporal.

Fue luego de su muerte y a través de algunos escritores británicos que su obra comenzó a trascender hacia otras latitudes, hasta llegar a alcanzar el adjetivo de ineludible, sirviendo de inspiración para otros tantos poetas que le sucedieron. A punto tal, que los textos del alejandrino son al presente objeto de público reconocimiento y de una reedición constante en diversos soportes y a través de distintos sellos literarios. He aquí una pequeña selección de los mismos: 

Las almas de los viejos

En sus antiguos cuerpos estropeados

están las almas de los viejos asentadas.

Qué lamentables son las desgraciadas,

cómo se aburren de la triste vida que les hiere.

Cómo temen perderla y cómo la quieren,

contradictorias y desconcertadas

-cómico-trágicas- las almas asentadas

en sus antiguos pellejos desgastados.      

Jura

Y jura muchas veces     seguir una vida mejor.

Mas cuando cae la noche     con sus incitaciones y

con sus condescendencias     y sus propias promesas;

mas cuando cae la noche     con su poder y el ímpetu

del cuerpo que desea tanto     va de nuevo

perdido en busca del placer fatal.

Recuerda, cuerpo…

Recuerda, cuerpo, no tan solo cuánto te han amado

no solamente las camas en las que te acostaste,

sino también tantos deseos que por ti

hacían destellar tanto los ojos,

y que temblaban en la voz –y algún

obstáculo casual los anuló.

Ahora que todo ya al pasado pertenece,

parece como si a aquellos deseos

te hubieras entregado –que destellos,

recuerda, en los ojos que te miraban;

cómo temblaban en la voz, por ti, recuerda, cuerpo.

Desde las nueve

Las doce y media ya. Qué rápido ha pasado el tiempo

desde las nueve, en que encendí la lámpara

y me senté aquí. Sentado sin leer

y sin hablar. Con quién podría hablar,

completamente solo en esta casa.

La imagen de mi cuerpo adolescente,

desde las nueve en que encendí la lámpara,

vino y me encontró aquí, y me recordó

cuartos cerrados llenos de perfumes

y el antiguo placer -¡qué atrevido placer!

Y me puso, además, ante los ojos

calles que ahora son irreconocibles,

centros llenos de vida ya cerrados,

y cafés y teatros que existieron una vez.

La imagen de mi cuerpo adolescente

vino para traerme también penas:

el duelo familiar, separaciones,

los sentimientos de los míos, sentimientos

poco estimados de los que ya han muerto.

Las doce y media. Cómo ha pasado el tiempo.

Las doce y media. Cómo han pasado los años.    

Ítaca

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca

Pide que el camino sea largo,

lleno de aventuras, lleno de experiencias.

No temas a los lestrigones ni a los cíclopes

ni al colérico Poseidón,

seres tales jamás hallarás en tu camino,

si tu pensar es elevado, si selecta

es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.

Ni a los lestrigones ni a los cíclopes  

Ni al salvaje Poseidón encontrarás,

Si no los llevas dentro de tu alma,

Si no los yergue tu alma ante ti.         

Pide que el camino sea largo.

Que muchas sean las mañanas de verano

en que llegues -¡con qué placer y alegría!-

a puertos nunca vistos antes.

Detente en los emporios de Fenicia

y hazte con hermosas mercancías,

nácar y coral, ámbar y ébano

y toda suerte de perfumes sensuales,

cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.

Ve a muchas ciudades egipcias

A aprender de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu mente.

Llegar allí es tu destino.

Mas no apresures nunca el viaje.

Mejor que dure muchos años

y atracar, viejo ya, en la isla,

enriquecido de cuanto ganaste en el camino

sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.

Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,

entenderás ya que significan las Ítacas.

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